La propuesta fue rastrear a fondo en el mundo de Oswaldo Viteri (Ambato, 1931). Azar y reto. La obra de Viteri me había replegado a superponerla de conceptos, a mudarla o reducirla a travesuras irreverentes de mis pensamientos.
Ella fue cada día más drástica con la interacción humana que iba suscitando en mí. A ratos pasé a pertenecerle y, como es evidente, a soportar su opresión, como si se tratara de pagar el tributo o el castigo de conocerla en sus meandros más ocultos, esos que subyacen detrás del lenguaje pictórico cuando éste oscila en la raíz de lo excepcional y la eminencia. Creo que esto sobrevino porque la obra de Viteri es materia eterna en cuanto interpelación asombrosa de una realidad que es común a todos, y porque, eLa niñez, esa distancia
Un encumbrado graderío lleva a la planta de la casa donde nació Viteri. La casa está enclavada en el centro de Ambato y parece un colmenar por la profusión de ventanas. Apenas repeché las gradas, descubrí una gran mampara de vidrio. Estoy en el umbral de la infancia del artista. (Su madre, María Elena Paredes Borja, me había referido que él apenas salía de este espacio). Explico a la nueva propietaria una anciana artrítica de rostro bíblico atada a una silla de ruedas la causa de mi visita. Con su consentimiento, empiezo a huronear los sitios que atestiguaron los escarceos iniciales de la tiránica voluntad creadora de Viteri.
specialmente en sus ensambles, no admite posturas medias.
Ella fue cada día más drástica con la interacción humana que iba suscitando en mí. A ratos pasé a pertenecerle y, como es evidente, a soportar su opresión, como si se tratara de pagar el tributo o el castigo de conocerla en sus meandros más ocultos, esos que subyacen detrás del lenguaje pictórico cuando éste oscila en la raíz de lo excepcional y la eminencia. Creo que esto sobrevino porque la obra de Viteri es materia eterna en cuanto interpelación asombrosa de una realidad que es común a todos, y porque, eLa niñez, esa distancia
Un encumbrado graderío lleva a la planta de la casa donde nació Viteri. La casa está enclavada en el centro de Ambato y parece un colmenar por la profusión de ventanas. Apenas repeché las gradas, descubrí una gran mampara de vidrio. Estoy en el umbral de la infancia del artista. (Su madre, María Elena Paredes Borja, me había referido que él apenas salía de este espacio). Explico a la nueva propietaria una anciana artrítica de rostro bíblico atada a una silla de ruedas la causa de mi visita. Con su consentimiento, empiezo a huronear los sitios que atestiguaron los escarceos iniciales de la tiránica voluntad creadora de Viteri.
specialmente en sus ensambles, no admite posturas medias.
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