Resulta obvio que las prácticas culturales y específicamente el arte muestran cada vez más las fisuras de una realidad social que no ha encontrado formas para realizar aquellos ideales del derecho moderno: libertad, igualdad, fraternida, Ideales que siguen resultando la columna vertebral de cualquier pulsión utópica. Al lado de declaraciones pretenciosas y de supuestas verdades existentes sólo como ideologemas, parece que sigue vigente al menos en intenciones el proyecto estético moderno según el cual el arte está provisto de un poder crítico. Tanto los estudios culturales como la crítica artística, así como buena parte de los relatos curatoriales que pululan por los circuitos globales, indagan o se posicionan en relación con este tópico, desplazándose alrededor de la idea de que la noción de sociedad ya no se dirime tanto en el espacio político como en el debate cultural.
Las prácticas artísticas del presente muchas de ellas inscritas en tradiciones conceptuales, dan fe del renacimiento de lo cultural como el ámbito en el que encuentra fundamentos la realidad política. Todo aquello que articula los proyectos políticos se encuentra amplificado simbólicamente en el arte: la subalternidad, la marginalidad, el caos de la urbe y la reducción de la esfera pública, las trampas de la mundialización, las reivindicaciones identitarias, los ideopaisajes transculturales, las restauraciones comunitarias, los conflictos armados… Todo cuanto visibiliza los sentidos de lo social se acopla a los discursos del arte, que hace tiempo ocupa un espacio de diseminación radical hacia la cotidianidad y el lugar común de la experiencia.
viernes, 19 de junio de 2009
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