La propuesta fue rastrear a fondo en el mundo de Oswaldo Viteri (Ambato, 1931). Azar y reto. La obra de Viteri me había replegado a superponerla de conceptos, a mudarla o reducirla a travesuras irreverentes de mis pensamientos.
Ella fue cada día más drástica con la interacción humana que iba suscitando en mí. A ratos pasé a pertenecerle y, como es evidente, a soportar su opresión, como si se tratara de pagar el tributo o el castigo de conocerla en sus meandros más ocultos, esos que subyacen detrás del lenguaje pictórico cuando éste oscila en la raíz de lo excepcional y la eminencia. Creo que esto sobrevino porque la obra de Viteri es materia eterna en cuanto interpelación asombrosa de una realidad que es común a todos, y porque, especialmente en sus ensambles, no admite posturas medias.
La niñez, esa distancia
Ella fue cada día más drástica con la interacción humana que iba suscitando en mí. A ratos pasé a pertenecerle y, como es evidente, a soportar su opresión, como si se tratara de pagar el tributo o el castigo de conocerla en sus meandros más ocultos, esos que subyacen detrás del lenguaje pictórico cuando éste oscila en la raíz de lo excepcional y la eminencia. Creo que esto sobrevino porque la obra de Viteri es materia eterna en cuanto interpelación asombrosa de una realidad que es común a todos, y porque, especialmente en sus ensambles, no admite posturas medias.
La niñez, esa distancia
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