domingo, 12 de julio de 2009
Jorge Porras
En su primera etapa, a Jorge Porras le obsesionó el mundo de los gatos. Nocturno, sensual, vagabundo, sibilino, el gato también nos remite al juego, a la maroma. El mundo de los gatos se tornó en su fascinación. Utilizando técnicas mixtas –siempre lo hará– presenta su muestra Ángeles, Máscaras y Gatos, en 1995, en acuarelas, témperas y tintas. Pero los gatos fueron su hilo vertebrador: gatos alados, enmascarados, furtivos, distantes, sensitivos, insólitos peregrinos de tiempos inmemoriales. Desde los ritualismos egipcios, quizás y a partir de una confusa nostalgia muy suya, Porras los trajo a sus telas para que retocen por ellas: indolentes, tiernos, amorosos, fugitivos, listos a dar el zarpazo de la despedida. “Ahora desaparece mi escolta, de pie en la distancia; / La dulzura del número acaba de destruirse. / Adiós a todos vosotros, aliados míos, mis violentos, mis índices. / Os arrastra totalmente, tristeza obsequiosa. / Yo amo...”.
Y junto a los cuadros, Jorge Porras expuso sus miniaturas (en ellas bota las manchas, no se conflictúa, por ellas navegan espontáneas figuras y esplendores shamánicos, caballeros medievales, animales de mitologías oníricas, piezas, en fin, elaboradas por un coleccionista para coleccionistas). Y también sus máscaras –no como arte “décor”– sino como plasmación de una de sus vertientes intelectivas: todos los seres humanos somos, en esencia, una multiplicidad de máscaras; el objetivo: que nadie nos conozca, ni siquiera nosotros mismos, no tendríamos el valor de aceptarnos. Máscaras los rostros. Máscaras los gestos. Máscaras los sentimientos. Y para sus máscaras, Porras no compra materiales, los inventa resucitando objetos de los escombros: suelas de zapatos inservibles, tornillos, clavos, aldabillas enmohecidas. Y también sus botellas, que lucen desprendidas de alguna estantería de alquimista, –nuestro artista disfruta hasta el delirio de su oficio y brinca de un lado a otro con desenfado– llenas de agua y rematadas por esculturas mínimas que simulan formas humanas o górgolas o monstruos, sobre las cuales tiende un manto de tela estucada. Atrás, por visualizar un ejemplo, alas tramadas con hojas de eucalipto que se transfiguran en ángeles, pájaros o mariposas.
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